"Una esfera. Una esfera envuelve todo. Las paredes, el techo, las sillas, la mesa. Una circularidad envuelve una pared que se convierte en el techo. También los días caen en las redes de lo circular, convirtiéndose en un cíclico redundar de despertares en bostezos diurnos. Las sillas ya son recuerdos de donde descubrí una esfera.
Una escalera, caprichosamente, brota desde una de las paredes dándole una peculiar apariencia tridimensional a mi hogar. Escalones y mobiliario se entremezclan en diversos espacios de la casa. Instintivamente, busco la puerta de calle. Pero, cuasi desafiante y burlona, la puerta se reacomoda al final de esta ríspida escalinata. Resignadamente, me acostumbro a esta vida esférica pero sin perder la esperanza de poder alcanzar la puerta que conduce al añorado exterior.
Así pasan las horas. Cenando en un escalón cada noche y aprovechando un nuevo día para subir un peldaño más. Todas las mañanas entreveo, más cerca, los indicios de luz tenue que se filtran entre los bordes del dintel, acrecentando mi ilusión de romper la circularidad.
En un mediodía cualquiera, luego de una ardua panzada, me acomodo en mi cama para regodearme en una jornada de modorra atroz. Pero mi cama se vuelve un pesado madero de esta escalera. Sin perder la maña, decido treparla, ya que se da la oportunidad. Percatándome, a su vez, que me queda solo un escalón y seré libre otra vez.
De a poco, voy incorporando mi cuerpo a la posición vertical. Termino de desperezarme, dejando atrás la somnolencia. Decido acometer este último paso con facilidad, lleno de ansias. Pero, estupefacto, percibo que este infernal madero, inesperadamente, duplica su tamaño casi al doble de mi tamaño. Como en una gran respiración, la esfera, en un movimiento de inhalación y exhalación, reacomoda sus estructuras retrasando mis planes momentánea. En un acto reflejo, respiro profundo también, dándome tiempo para pensar. ¿Qué hacer? Tendría que ingeniármelas, de otro modo, para continuar ascendiendo.
Observo a mí alrededor con la vista obnubilada. Cierro los ojos descansando mi mente, iluminando por unos segundos mi pensar. Abro los ojos y veo brillar en un rincón los cubiertos que utilicé para almorzar. De un movimiento audaz los agarro. Zas! Me encamino, con entusiasmo, para clavarlos en la noble madera, ayudándome, así, a ascender este último tramo.
Doy el primer zarpazo con los utensilios en el tablón. Para mi suerte, logran vencer las fibras del tablón, quedando incrustados con firmeza. Me apresuro a encaramarlos apoyando mis pies en ellos. Me elevo y extiendo mis brazos tanteando el borde del escalón. Me sujeto del reborde y con mucho esfuerzo e ímpetu logro subir triunfante por la pared maciza.
Levanto mi cabeza, admirando el portal. Bendito pasadizo a lo nuevo. Me emociono por unos instantes, lagrimeado con emoción. Por fin, me incorporo, animándome a tantear el picaporte. Lo giro. Se abre la puerta. Una luz intensa me ciega, momentánea. Unas lágrimas caen, a borbotones, por mis mejillas. Sigo avanzando a paso firme. Cruzo el umbral.
Cruzo el umbral e inmediatamente otra esfera envuelve mi cuerpo, haciéndome rodar por una calle circular. Giro indefinidamente en una rotonda sin salida. Con desesperación corro. Como ratoncito, agito mis piernas, en una ruedita sin rumbo fijo. Ruedo, buscando la puerta que perdí de vista, hace ya tiempo, en una esfera que lo envolvió todo.” H.D.