Capítulo 1
Almita
Era un martes por la tarde. Un martes en donde el agitado trajinar balanceaba los cuerpos hacía los andenes con destino hogareño. Somnolientas imágenes recurrían a las cansadas mentes, hastiadas de padecer las incandescentes ráfagas publicitarias.
En un rinconcito, yacía un pedacito de corazón sangrando en una vieja estación. Una almita en pena, estancada, esperando un viajecito en el vagón que la lleve a su sueño tan anhelado. Arrastrándose, entre los pasos titilantes de la desconocida masa humana, lagrimeaba gotas de sangre. Gimoteando al recuerdo de lo que nunca fue. Ilusionada va con algo de nostalgia en sus ojos. Predicando un poco de libertad, para los hombros cargados de oscuridad.
_ ¿Podrá romper eso que lo ata al dolor?
Pregunta un desconocido, que la mira de reojo.
_¿Encontrará un abrazo de amor que apacigüe esa soledad latente en su caminar?
Susurra otro por lo bajo.
Cuanto más espera a lo venidero, más se agrieta su pensamiento. El barro se seca al sol de la desolación. La forma resultante de una angustiosa paciencia.
_¡Ey! Hola. ¿Estás bien? Tomá un poco de agua.
Con voz lastimosa, pero con la empatía floreciente, una figura difusa le ofrece una botella con agua. Inmediatamente, la rechaza con estoica permanencia.
_¿Disfrutará esa flagelación del hambre de amor?
Otra alma, resonaba retorcidos pensamiento en un hueco sombrío del andén.
El tren asoma su hocico, olisqueando las vías férreas, con cansino caminar. La amalgama de seres se agolpan por la ansiedad de arribar con antelación los vagones que los acunaran hasta la culminación del día. Se abren las puertas. Corridas, revoloteos, desparpajos, empujes y relinchos. Enlatados y empaquetados, listos para dormir el sueño mercantil del regreso a casa. Las cajas de hojalata comienzan a moverse rechinando un dolor de nación olvidada, desidia reflejada en oxidados engranajes que viajan kilómetros con artrítica cadencia. Y se aleja, más y más, de la antigua estación, escondiendo su tambalear en el horizonte.
Y allí quedó la almita. Reducida a unas pocas plegarias al sol. Rogando que no quebrante más su corazón. Allí permaneció, hora tras hora, observando a la populosa muchedumbre, transitar y desplegar sus apurados ademanes. Interrogabase, internamente, sobre su futuro incierto. Pero sin poder desprenderse de la quietud que la azotaba.
Un agente de la autoridad asoma sus uñas e impone su voz intimidante. Y vocifera con violenta actitud:
_Usted no puede estar acá.
_¿Porque?
Le pregunta el alma
_Porque molesta la libre circulación.
La almita se ríe. Pero inmediatamente cae de sus ojos unas lágrimas de impotencia.
_Le molesta mi aspecto
Responde, asumiendo un dejo de intolerancia e impaciencia en la autoritaria presencia.
Se levanta de su lugar, y con pasos titubeantes acerca su cuerpo al horizonte, diluyéndose en el ocaso.
Muchas almitas, en pena, pasarán, eternamente, por la vieja estación. Y muchas mentes más, serán hostigadas por el clima enlatado de la indiferencia. Parálisis y quebrantamiento, ante la marcha incesante del tiempo. Avalancha y energía cinética frente al miedo de la quietud. La muerte mordiendo los talones de los que tropiezan con angustias y depresiones.
El martes ya se fue, a resguardarse bajo el techo de una madrugada en cierne.
Pez Interestelar
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